Hace
pocos días en clase comentábamos todas aquellas historias cuyo origen se
remontan muy atrás en el tiempo, y que aun, hoy en día, siguen siendo contadas
a los más pequeños.
Estas
historias o cuentos destinadas a los niños en la actualidad, los cuales
disfrutan oyéndolas, leyéndolas, u observando las ilustraciones que ahora los
libros regalan a sus grandes ojos, en sus orígenes no eran más que habladurías
o incluso en algunos casos “noticias” reales que se propagaban de boca en boca
entre los pueblos para alimentar el morbo de los más perversos…
Y he
aquí un claro ejemplo, la conocida historia de caperucita roja, aquella dulce
niña que iba a casa de su abuelita a visitarla y cuya suerte la salva un
leñador del terrible lobo.
Investigando
he podido leer historias de esta muchacha de todo tipo: eróticas, sangrientas,
despiadadas, trágicas… pero sin poder asegurar su verdadera existencia en el
boca a boca de antaño. Aunque si he podido verificar la versión de Caperucita
Roja escrita por Charles Perrault considerada la primera versión escrita hace
mas de 300 años :
Evidentemente
Perrault quería dar una lección moral contra las jóvenes que entablan
relaciones con desconocidos deshaciéndose del carácter sexual de esas
relaciones.
A pesar
de sus conocidas moralejas al final de cada cuento las cuales causaban tanto
furor, la historia de Caperucita Roja más conocida desde el momento en que la
publicaron hasta el día de hoy es publicada en el Renacimiento por los Hermanos
Grimm. En ella Caperucita Roja es salvada del vientre junto a su abuelo por un
leñador.
Me gusta que te intereses por aspectos que trabajamos en clase y que investigues sobre ellos. Te anoto la actividad como voluntaria. :)
ResponderEliminarCrítica constructiva: cuida la redacción porque pecas de adornar demasiado las frases con adjetivos epítetos (colocados delante del sustantivo) y con sustituciones del pronombre relativo más usual (que) por otro más extraño en nuestra lengua (el cual, la cual...) y el resultado es bastante pedante. La idea no es escribir como se habla, pero tampoco exagerar con el barroquismo lingüístico.